Estuve con mi novio en este paraíso rural llamado Casa Lanau, en Latorrecilla, del 2 al 8 de julio. Huíamos de la rutina del trabajo, la contaminación y el bochorno zaragozano. Y los dejamos atrás, a cientos de kilómetros. Pronto habíamos desconectado por completo.
La casa conserva el sabor auténtico de la arquitectura pirenaica y se encuentra a tan sólo 10 minutos de Aínsa, una joya medieval con abundantes tiendas y supermercados.
Nosotros ocupamos el apartamento Guara que es el más pequeño de los tres, ideal para una pareja. Pero para mí, la joya de la corona de la casa es el jardín, donde me sentí resurgir de mis estresadas cenizas.
Por el día nos levantábamos temprano para hacer maravillosas excursiones de alta montaña (Cañón de Añisclo, Valle de Escuaín, Torla, Llanos de Lalarri, Gistaín, Benasque, Hospital de Benasque y Saint-Lary).
Cuando volvíamos al atardecer, y exhaustos del trote montañero, nos tomábamos una copita de vino del Somontano, tumbados en las hamacas de esa delicia que es el jardín de la casa, con las imponentes cumbres de Ordesa y Monte Perdido como telón de fondo. ¡Y qué vistas! ¡Qué paz! ¡Qué silencio!
Como colofón, un sueño profundo y reparador, tan sólo interrumpido por el lejano cantar del gallo al amanecer.
Nos quedaron pendiente para la próxima vez, que intentaremos sea pronto (¡Está tan bonito el Pirineo el otoño!) el Valle de Ordesa, el Entremón, los miradores de Revilla, las ermitas de Tella y Viadós. Ah, y sobre todo, una parrillada en el jardín, que no sólo de excursiones vive el hombre.
Pero también hicimos vida social: la última noche tapeamos en la plaza Mayor de Aínsa, radiante en plena ebullición veraniega y un día, aconsejados por Paco, el dueño de la casa, nos fuimos a comer a Casa Frauca, en Sarvisé, donde también la comida y el trato fueron exquisitos.
Luisa y Paco, tenéis una casa preciosa. Gracias a los dos por vuestra amabilidad. Volveremos.